Al atardecer en el ocaso del día, casi
anocheciendo, terminado el trabajo en la estancia, el paisanaje se van reuniendo alrededor de un
fogón, donde en una rueda de mate comentan los sucesos acaecidos durante el
mismo.
Entre mate y mate van surgiendo historias y
anécdotas, que en boca de los más viejos, que son los que vivieron los relatos, son para
los demás como cuentos que nunca habían escuchado, uno a uno lo van narrando.
Hubo un tiempo que en la soledad de la
planicie, comenzó diciendo, esta Estancia era una más de varias que tenía un
hombre, enormemente adinerado que por herencia le habría correspondido, de
pocas palabras, ceñudo, autoritario, su capataz era el encargado de transmitir
sus órdenes, de cuando en cuando se llegaba para dar sus mandatos, con él venía
su familia, su esposa y sus tres hijos, dos varones y una mujer.
El tiempo fue transcurriendo, de manera
imprevista, a consecuencia de un accidente el matrimonio perece, la herencia
había quedado en manos de los hijos, que a esta altura ya eran mayores, cada
uno fueron caminando su camino, su destino, sus figuras se van obscureciendo
hasta desaparecer.
No así el hijo mayor que fue el que heredó la estancia, sus actitudes, su forma de ser era un calco del padre, huraño, introvertido, soberbio, cualidades que no caían bien entre la gente de la estancia, continuó diciendo el paisano no sabría decirles pero conmigo su comportamiento variaba, tal vez por que me conocía de chiquillo.
No así el hijo mayor que fue el que heredó la estancia, sus actitudes, su forma de ser era un calco del padre, huraño, introvertido, soberbio, cualidades que no caían bien entre la gente de la estancia, continuó diciendo el paisano no sabría decirles pero conmigo su comportamiento variaba, tal vez por que me conocía de chiquillo.
Fue en ese tiempo que se aficionó a lo que el decía su hobby, para mas luego un hábito, una obsesión, la cual jamás pudo desprenderse, hay muchas formas de ser coleccionista, de sellos, juguetes , botellas, hay un sinfín de colecciones, pero Raúl que así era su nombre, coleccionaba armas de fuego armas blancas, era tal su reputación, que fue en su tiempo uno de los mayores coleccionista del mundo.
A su regreso hizo construir una fastuosa casa,
donde viviría y tendría su invalorable colección, siempre atento cuando surgía
algo que le interesaba, partía, no importa donde cerca o lejos, lo más
importante para él, era conseguir algo más para su colección.
Seguía preocupado el hombre, comentaba el viejo
paisano, tomó dos sillas y me invitó a sentarme en una de ellas, y con voz
acongojada, me expuso la historia de esa daga resulta ser que la misma, fue
pasando de mano en mano, hasta este momento, era una antigüedad única en su
tipo, pero había un problema, todos los propietarios de la misma, fueron desapareciendo de una extraña
enfermedad, se hablaba de cierta maldición que portaba, ese era la gran
preocupación que lo tenía confundido, y se decía a si mismo que todo lo que se
hablaba era pura superstición.
Ya había pasado varios días cuando se presenta,
y me dice, me decidí voy a ir a buscar el objeto, y se fue al otro lado del
mundo, para obtener tal preciada antigüedad,fueron pasando los días, los meses, como casi
un año de su partida, se muestra en la Estancia, había conseguido traer el
preciado objeto, se lo veía contento.
Cuentan la gente de la Estancia, que por las
noches siempre se veía en la mansión, luces encendidas en los mismos cuartos,
la comidilla general, es que se pensaba, que el dueño se quedaba admirando su
colección, nunca pudieron confirmarlo, ninguna vez pudieron entrar en el lujoso
caserón.
En cierta ocasión como caso excepcional, sigue
relatando el paisano, me invita a la casa, era una lujosa casa con numerosos cuartos, en
la planta baja tres inmensos salones, en donde tenía su enorme colección, había
armas de colección desde las primeras de fuego, asimismo
eran las de arma blanca, pero la invitación como un privilegio, fue para
mostrarme la última adquisición, muestra
una caja cuadrada más bien pequeña, toda recubierta con una tela de seda de
color rojo, y ahí se encontraba la jambia, la daga curva en donde brillaban los
diamantes encastrados en su mango, pero más brillaban los ojos del dueño que
parecía salirse de sus órbitas.
Pasado un tiempo estaba haciendo la tarea
diaria, cuando me avisan que el Sr. Raúl me necesita en la casa, me acerco a ella y me atiende un anciano que
no era otro que el dueño, de su altivez de su soberbia no quedaba nada, una
extraña enfermedad lo estaba consumiendo, como en la primera vez que me habló,
toma dos sillas me invita a sentarme en una y me comienza a hablar y se despide
con un adiós.
Luego de esa visita, pasaron alrededor de dos
meses, cuando su alma se elevó al cielo, como no tenía descendientes directos, toda la
fortuna quedó en manos de sus sobrinos, de jóvenes ambiciones desmedidas, en cuanto pudieron hacerse de
ella, lo primero que hicieron fue deshacerse de la invalorable colección que le
llevó toda la vida, la malvendieron, así también todos los campos y la estancia
a unos señores que por su acento parecían extranjeros, agregó, la tapera que se
encuentra cubierta de maleza era en su tiempo una lujosa mansión.
Al mismo tiempo de su narración, se iba
adelantando y acercando al fogón, entonces todos vieron quien hablaba, era un
paisano entrado en años, usaba un sombrero, pañuelo al cuello, bombachas de
campo, y unas botas marrones, en cuanto a sus facciones, una barba blanca
tupida, su mirada acerada, ojos rasgados, como achinados por los fuertes
vientos que asolaban la zona, la piel de la cara, curtida por exponerla toda la
vida al calor del verano y las gélidos fríos del invierno y al viento Pampero.
En un momento hizo un movimiento, como para
acomodarse el facón en el cinto, y colgando del cinto, una bolsita negra, el
hombre se dio cuenta que todos lo miraban y les confesó, que cuando el dueño lo
citó por última vez, quizá sabiendo que su final estaba cerca, le regaló la
daga que él llevaba colgada en su cinto.
La extrajo de la bolsa y la mostró, un asombro generalizado, nadie nunca vió una alhaja semejante, alguien alcanzó a decir, y usted no le teme a la maldición que le precede, además tiene un incalculable valor, una gran carcajada sonó y el hombre dijo, la maldición no existe es superstición un mito.
La extrajo de la bolsa y la mostró, un asombro generalizado, nadie nunca vió una alhaja semejante, alguien alcanzó a decir, y usted no le teme a la maldición que le precede, además tiene un incalculable valor, una gran carcajada sonó y el hombre dijo, la maldición no existe es superstición un mito.
Dicho esto ensilló su caballo, se subió y
partió al galope hacia la señera pampa,
se fue, envuelto por la negra noche nunca nadie lo volvió a ver, lo buscaron pero
no hubo caso, pareciera que se lo tragó la tierra.
Cuentan los lugareños sensibilizados a todo lo misterios, al curanderismo, al oscurantismo, que quizás el hombre que vieron era un fantasma, el espíritu corporizado del dueño, que querría que se supiera su historia, del hombre aquel que se hizo llamar
EL COLECCIONISTA
ALEJANDRO CAPLAN...........alejandrocaplan@gmail.com