En un día de febrero de un tórrido verano, la
bochornosa tarde invitaba al anciano a descansar, entre cierra la persiana y el
cortinado de su habitación, quedando medio a obscuras, su departamento un
monoambiente, su mobiliario poco y modesto, una mesa cuatro sillas, el placard,
la cama y junto a ella la mesita de luz, en donde reposa algún libro, se
acuesta pensativo, su intención era hacer una pequeña siesta.
No pudiendo conciliar el sueño, comienza a
rememorar su lejano pasado, donde un niño pleno de energía correteaba por el
pueblo, cuanto tiempo pasó desde entonces, cuanta agua bajo el puente, un
ventilador de techo jugaba sobre su cabeza, trayendo una brisa agradable, con
la vista mirando como hipnotizado el girar del ventilador, la fotografía del viejo pueblo quedó grabada
en su retina.
De pronto suena el teléfono el cansancio y la
pereza además del calor reinante, hace que el solitario anciano deje sonar el
mismo sin atender, dice para sus adentros, si es importante tratará de
comunicarse nuevamente, pasado algunos minutos vuelve a sonar, con gran esfuerzo atiende el mismo, poniendo
cara de sorpresa, y responde, dentro de un rato estoy ahí.
Se mira frente al espejo se acicala, pantalón
planchado, camisa haciendo juego de manga corta, y apura el paso hacia una boca
de subterráneo, ya el calor era agobiante y más en el subte bajo tierra,
nuestro individuo está esperando en el anden, el transporte se demora, ya lo
están anunciando por altoparlantes.
El anden se va llenando, por fin aparece el primer coche del convoy, la gente puja para poder entrar, queda en medio del gentío que lo va arrastrando hacia la puerta, él no entra, lo entran, tal era la cantidad de gente quedando apretado sin poder moverse.
El anden se va llenando, por fin aparece el primer coche del convoy, la gente puja para poder entrar, queda en medio del gentío que lo va arrastrando hacia la puerta, él no entra, lo entran, tal era la cantidad de gente quedando apretado sin poder moverse.
Una tropa de gente lo envuelve, lo llevan en
medio de la multitud, se desplazan por el anden hacia una boca de salida,
parece una multitud compactada, trasladándose todos juntos, dando la impresión
de estar en una lata de sardinas, encuentra la boca de salida, escalera
mecánica, la calle lo recibe con una suave brisa caliente sobre el rostro, da
la impresión haciendo una comparación muy lejana, la de un oso que sale a la
superficie después de hibernar.
Aturdido y confundido está perdido en la gran
ciudad, no comprende donde está, ni que rumbo seguir, gente y más gente,
automóviles ruidosos y bocinazos lo confunden se le olvidó donde se dirigía, ve
en la esquina un puesto de flores.
Se dirige hacia allí y se queda mirando unas flores de colores brillantes, rojas, blancas, amarillas, se le acerca el florista, y le pregunta que desea, nuestro hombre no le responde, parece una persona autista, mirando fijo las flores, intrigado el florista lo mira y se encoge de hombros, sin decirle una palabra.
Se dirige hacia allí y se queda mirando unas flores de colores brillantes, rojas, blancas, amarillas, se le acerca el florista, y le pregunta que desea, nuestro hombre no le responde, parece una persona autista, mirando fijo las flores, intrigado el florista lo mira y se encoge de hombros, sin decirle una palabra.
Como un robot deambula sin rumbo, calle tras
calle, mirando hacia un lado o hacia otro, tratando de encontrar alguna mirada conocida,
no la encuentra frente a su paso hay una muchedumbre reunida con pancartas,
profiriendo gritos, hay gran confusión, de repente la horda arremete contra las
vidrieras de un local se abalanzan contra los escaparates.
Y van desapareciendo las prendas, han ignorado, lo han pisoteado, al séptimo mandamiento, aquel que dice no robaras, se escucha el ulular de sirenas, frenadas bruscas de automóvil, la autoridad, la chusma se dispersa solo queda un anciano de casi noventa años que lleva entre sus manos una bufanda de colores intensos, rojo, negro, con una líneas blancas el color lo atrapó como cuando, miraba las flores.
Y van desapareciendo las prendas, han ignorado, lo han pisoteado, al séptimo mandamiento, aquel que dice no robaras, se escucha el ulular de sirenas, frenadas bruscas de automóvil, la autoridad, la chusma se dispersa solo queda un anciano de casi noventa años que lleva entre sus manos una bufanda de colores intensos, rojo, negro, con una líneas blancas el color lo atrapó como cuando, miraba las flores.
El agente le pregunta su nombre, no se acuerda,
su mente se le puso en blanco, se han ido los recuerdos, blanca su mente, como
nubes vaporosas, como copos de algodón, lo revisa por si tiene alguna
identificación, solamente en el bolsillo de su camisa, un papel arrugado, una
receta médica con un número de una obra social, el anciano se dirigía a la
farmacia que le había hablado un rato antes por teléfono.
Por un momento el anciano se vio como una
mariposa de brillantes colores volando solitaria y perdida en la jungla, la
jungla de cemento, la soledad lo abatió.
Ya hace
varios días que lo veo paseando por el parque, no camina solo, lo acompañan sus
nietos, hoy el anciano sonríe.
alejandrobojor@gmail.com............ALEJANDRO CAPLAN
No hay comentarios:
Publicar un comentario