No se si es un sueño o un ensueño durmiendo con
los ojos abiertos, pensamientos ocultos que me atraviesan trayendo recuerdos
volando en el tiempo y en un espacio infinito. Aquí estoy parado en medio de
una avenida sobre un montículo de cemento, observo el adoquinado brillante después del
rocío de la noche y el lustroso riel de las vías.
Estoy esperando que pase el tranvía me
encuentro enojado malhumorado, me
encomendaron realizar un mandado y no pudo jugar con los amigos, justo hoy que
comienza el campeonato de balero, si en ese barrio pobre de casas bajas todos
los juegos eran al aire libre bolita, yo-yo, picados a la pelota de goma,
jueguitos con media cáscara de naranja que la cortábamos en cuatro y con ese
cuarto de cáscara la doblaban y con ella hacía jueguitos, ganaba el que hacía
más sin dejarla caer al suelo, la pelota no, para no estropearla para el picado,
y si me estaba perdiendo el campeonato de balero.
Tiene dos escalones para subir que es donde me
encuentro que es un montículo o una tarima de cemento, al subir hay un pequeño
descanso o rellano donde se encuentran los comandos, dos pequeñas ruedas metálicas
con manivelas una para acelerar y otra para frenar.
Ahí se encontraba el boletero con su impecable uniforme gris y un gorro con visera, sobre su pecho el correaje del aparato de boletos era él que cuidaba que subieran los pasajeros y avisaba al motorman cuando partir, para entrar al vehiculo dos puertas corredizas que se unían en el medio, más allá un pasillo y a los costados del mismo varias hileras de asientos de dos, por supuesto de madera que no era para viajes largos, ventanillas a los costados y al fondo otra puerta corrediza y el mismo descanso donde se encontraba el conductor.
Ahí se encontraba el boletero con su impecable uniforme gris y un gorro con visera, sobre su pecho el correaje del aparato de boletos era él que cuidaba que subieran los pasajeros y avisaba al motorman cuando partir, para entrar al vehiculo dos puertas corredizas que se unían en el medio, más allá un pasillo y a los costados del mismo varias hileras de asientos de dos, por supuesto de madera que no era para viajes largos, ventanillas a los costados y al fondo otra puerta corrediza y el mismo descanso donde se encontraba el conductor.
Me tomó tiempo darme cuenta cuando el conductor
tenía que parar o arrancar, hasta que mi vista se posó en una cuerda que en lo
alto recorría todo el tranvía, así como los espías tenían claves secretas, los
empleados del vehiculo de mis sueños tenían las suyas, una tirada de esa cuerda el conductor paraba,
dos tiradas de esa cuerda el conductor arrancaba ese pesado y lento carromato.
No había calefacción ni aire acondicionado, en
verano las ventanillas arriba, la brisa acariciaba los rostros, en invierno las
ventanillas cerradas mucho abrigo guantes de lana y ventanillas y puertas
cerradas.
El manual indicaba modo de usarlo, el usuario
sube por atrás y baja por delante siempre que no viaje con bultos, entonces
tienes que dejarlos adelante y correr para subir por atrás, cuando desciendes
por adelante le dices al conductor cuales son tus bultos y te bajas. Al
terminar el recorrido el conductor coloca el trole en sentido contrario y va a
la parte trasera del mismo cambiando con el boletero.
Después de esta explicación si se equivocan no
importa total todo está escrito en el manual del usuario estimado pasajero
tranviario.
Que sutil encanto tienen los sueños trayendo
las voces y los rostros a través del tiempo, el perfume de sus flores, el eterno vendedor
con su carro repleto de sandías, el vendedor de artículos de mimbre, los carros
del lechero, el ruido de las herraduras de los caballos sobre el adoquinado, todavía
en la distancia de los tiempos aún los escucho ya se va disipando el
encantamiento se termina, volvemos al ajetreado y agitado mundo real.
¿Oye niño tu estás esperando? Si señor estoy
esperando el tranvía………
alejandrobojor@gmail.com...........ALEJANDRO CAPLAN