Érase un día cualquiera en que un
hombre de gruesa barba blanca y cabello canoso
como lo hace mil veces camina despacio como si un
invisible viento lo empujara
doblando su espalda trata de llegar al bar en esa tarde gris.
Ya
en el bar ese que tantos amigos tenía las tertulias se fueron escaseando hasta
que ya nadie queda, sus mesas desgastadas y los mosaicos del piso son los
mismos, se sienta en una de ellas la del lado de la ventana para observar la
calle, el mozo ya lo conoce y le trae su taza de café que el anciano lo toma
sorbo a sorbo, mirando la ventana ve el vertiginoso movimiento y queda
pensativo como si su mente entrara en un túnel del tiempo.
Mirando sin ver a través del ventanal solo se
ve él con su cabello negro azabache,
aquel cuando era un muchacho, se ve a si mismo con un taco de
billar jugando
en sus mesas sin troneras, carambola simple a tres bandas cuando se oía un tango
y luego
volver a la casa a cenar, en un tiempo sin prisa.
En donde había pocos teléfonos para hablar a larga
distancia la telefonista decía
las horas de espera hoy un
tiempo ya superado, despierta de su ensueño ve desde
su lugar un gentío la
multitud camina en uno y otro
sentido autómatas de una época,
ese teléfono con telefonista incluida hoy se ha
transformando en un celular un
aparato complejo que tiene además
por último, un receptor para hablar.
El vértigo de la gran ciudad
presurosa su gente lo va descolocando y mirando de soslayo la empuñadura de su
bastón sobre su silla, una lágrima le estremeció el alma y como una nube de
humo los recuerdos se le rebelan allá en el tiempo y a la distancia.
Su juventud unos ojos negros profundos de
mirada tierna largas caminatas hacia el parque, aquél asiento siempre el mismo
un beso robado al azar, encuentros furtivos en la esquina del buzón hasta que
un cierto día desapareció de su vida, la casa de su jardín florido sus flores
de han marchitado hoy lo ocupa el yuyal, la puerta negra despintada cerrada con
un candado le cerró el corazón, nunca jamás la encontró.
Una congoja le apretuja el pecho y
como una rebeldía entre sueños querría volver a vivir aquellos tiempos y así
entre sueños nostálgicos vuelve a la realidad, el cielo se ha encapotado y
comienza a llover cientos de paraguas han entoldado la ciudad, la lluvia golpea sobre el ventanal las gotas
se deslizan como lágrima hasta desaparecer enfrascado en sus pensamientos no
advierte que alguien se ha sentado en su mesa.
El recién llegado parece un viejo
personaje de historieta vestido con un impermeable oscuro y un paraguas de
color negro de nariz prominente alto y delgado, y comenzó a hablar Hola Juan estás igualito el anciano lo
miró con el rabo del ojo su nombre es Carlos, luego mira a través del ventanal
la lluvia continúa el encantamiento se ha ido, y piensa continuar con la
charada ya tiene alguien con quien conversar.
El oscuro personaje insiste Te acuerdas Juan de mi por tu manera de
mirar me pareció que no, yo soy Óscar del equipo de fútbol era el arquero cuando
íbamos a las canchas detrás de la algodonera. Ese fue el momento que el
anciano lo reconoció otros tiempos otras épocas, cuando un día domingo a las
nueve de la mañana se juntaban once voluntades para jugar un partido de fútbol,
hoy otro tiempo no se consigue después del boliche ni dos para jugar a la play.
Hay dos hombres maduros buceando en
lo profundo del río, haciendo aflorar recuerdos alegrías y tristezas llantos y
risas, de un tiempo ese tiempo sin retorno como la corriente del río se lo
lleva donde en su superficie fluye lo cotidiano, entre recuerdos lentamente va
cayendo la tarde es hora de despedirse hasta un próximo encuentro estos dos
ancianos que un día fueron compañeros de aquel equipo de futbol el que se
llamó……..ONCE CORAZONES.