El hombre ingresó después de mucho tiempo, al
lugar que le era común en otras épocas, su vestimenta difería del resto de los
parroquianos, lo miraron con cierto recelo al recién llegado, su contextura física
lo hacía como si fuera más alto, de lo que en realidad era, su campera de cuero
negra ancha, más amplia que el común, cierre relámpago y cinturón con hebilla
dorada, pantalón moderno y botas, traía colocados un par de lentes tornasolados para cubrirse de los rayos
solares, parecía un personaje extraído de esas películas de Far West del lejano
oeste esas que vimos cuando chicos.
No fue desapercibida su presencia por los demás
comensales, más cuando llevaba puesto, ese par de anteojos oscuros en un día
desapacible, nublado, ventoso y por momentos lluvioso, si el objetivo de este
personaje era pasar desapercibido no lo consiguió, muy por el contrario todas
las miradas se concentraban en él.
Sus gestos ampulosos eran por si grotesco, su
caminar y taconeo de pisada fuerte, todo el era una caricatura de lo que
podíamos decir normal, tenía un defecto, que se lo observó cuando se dirigió al
mostrador, no balanceaba los brazos al caminar, los mismos se movían al unísono,
su brazo derecho cuando movía la pierna derecha, y el izquierdo con su pierna
izquierda.
Ya llegando al mostrador introduce su mano
dentro de su campera, expectante el dueño detrás del mostrador, pensó en un
asalto, lo mismo que los parroquianos, que con gran disimulo dejaron vacío el
salón, logra sacar de entre su ropa un atado de cigarrillos, el alma del dueño,
que ya la tenía atravesada en la garganta, se le vino a los pies y con un
suspiro y tembloroso con voz entrecortada, solo atinó a decir, al señor que se
le ofrece, a su vez le dijo por lo bajo, hay un reglamento que en el salón no
se puede fumar.
Es el momento que el desconocido se da a
conocer, y le dice Francisco no me conoces yo soy Raúl, hace tiempo que no
venía, me fui hace mucho tiempo a otras tierras, pero volví a tratar de
encontrarme con los amigos de entonces, la nostalgia se siente y siempre se
piensa volver al terruño.
Nuestro individuo en su tiempo junto con los
amigos de ese entonces, había formado una pandilla, al que denominaron los
halcones, siempre iban acompañándose haciendo sus travesuras, pequeñas tan
pequeñas, como el mismo pueblo que habitaban.
Don Francisco recordó en es momento a la
pandilla, y fue contando al hombre que está junto a él, uno por uno los recordó,
lo tomo de los hombros paternalmente y le fue diciendo, algunos de ellos se
fueron de gira y capaz que lo están mirando desde arriba, algunos otros los
caminos de la vida los llevó caminando su estrella, entonces nuestro hombre se
encogió de hombros, y se sentó
melancólico en la última mesa, ya casi no se notaba su estatura, era un simple
hombre abatido, tratando de recordar su pasado.
Consigue sacarse sus lentes, que los deposita
sobre la mesa, su mirada lánguida parece perderse en el infinito, mira hacia el
exterior, el viento va levantando una polvareda de tierra, cree ver detrás de
ella unas figuras, fantasmas del pasado que vuelven, se ve jugando con ellos, a
ese hombre curtido por la vida, una lagrima va corriendo y mojando su mejilla,
lentamente muy lentamente, va tomando sorbo
a sorbo el humeante pocillo de café
que Francisco le había servido
alejandrobojor@gmail.com
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