concierto de Aranjuez

domingo, 23 de junio de 2013

LA LEYENDA DEL COLECCIONISTA





Al atardecer en el ocaso del día, casi anocheciendo, terminado el trabajo en la estancia,  el paisanaje se van reuniendo alrededor de un fogón, donde en una rueda de mate comentan los sucesos acaecidos durante el mismo.

Entre mate y mate van surgiendo historias y anécdotas, que en boca de los más viejos,  que son los que vivieron los relatos, son para los demás como cuentos que nunca habían escuchado, uno a uno lo van narrando.


Hubo un tiempo que en la soledad de la planicie, comenzó diciendo, esta Estancia era una más de varias que tenía un hombre, enormemente adinerado que por herencia le habría correspondido, de pocas palabras, ceñudo, autoritario, su capataz era el encargado de transmitir sus órdenes, de cuando en cuando se llegaba para dar sus mandatos, con él venía su familia, su esposa y sus tres hijos, dos varones y una mujer.

El tiempo fue transcurriendo, de manera imprevista, a consecuencia de un accidente el matrimonio perece, la herencia había quedado en manos de los hijos, que a esta altura ya eran mayores, cada uno fueron caminando su camino, su destino, sus figuras se van obscureciendo hasta desaparecer. 

No así el hijo mayor que fue el que heredó la estancia, sus actitudes, su forma de ser era un calco del padre, huraño, introvertido, soberbio, cualidades que no caían bien entre la gente de la estancia, continuó diciendo el paisano no sabría decirles pero conmigo su comportamiento variaba, tal vez por que me conocía de chiquillo.

Un cierto día se acerca, y me expresa que no regresaría hasta después de un año, puesto que quería conocer otros lugares, aprovecharía para viajar, y me pide que mientras tanto,  me hiciera cargo del campo como capataz. 

Fue en ese tiempo que se aficionó a lo que el decía su hobby, para mas luego un hábito, una obsesión, la cual jamás pudo desprenderse, hay muchas formas de ser coleccionista, de sellos, juguetes , botellas, hay un sinfín de colecciones, pero Raúl que así era su nombre, coleccionaba armas de fuego armas blancas, era tal su reputación, que fue en su tiempo uno de los mayores coleccionista del mundo.

A su regreso hizo construir una fastuosa casa, donde viviría y tendría su invalorable colección, siempre atento cuando surgía algo que le interesaba, partía, no importa donde cerca o lejos, lo más importante para él, era conseguir algo más para su colección.

Solamente una vez lo vi muy preocupado, pregunté que le pasaba, y me dijo que tenía un presentimiento extraño, le había llegado un telegrama, en el cual le ofrecían una pieza única, una jambia, quedé absorto, nunca había oído esa palabra, se río cosa extraña , siempre estaba con el ceño fruncido, y me dijo que era una daga curva que se usa en algunas regiones de Arabia, la misma tenía incrustaciones de piedras preciosas,  que había pertenecido a un poderoso jeque, del tiempo de las cruzadas en la conquista de Tierra Santa.

Seguía preocupado el hombre, comentaba el viejo paisano, tomó dos sillas y me invitó a sentarme en una de ellas, y con voz acongojada, me expuso la historia de esa daga resulta ser que la misma, fue pasando de mano en mano, hasta este momento, era una antigüedad única en su tipo, pero había un problema, todos los propietarios de la misma,  fueron desapareciendo de una extraña enfermedad, se hablaba de cierta maldición que portaba, ese era la gran preocupación que lo tenía confundido, y se decía a si mismo que todo lo que se hablaba era pura superstición.

Ya había pasado varios días cuando se presenta, y me dice, me decidí voy a ir a buscar el objeto, y se fue al otro lado del mundo, para obtener tal preciada antigüedad,fueron pasando los días, los meses, como casi un año de su partida, se muestra en la Estancia, había conseguido traer el preciado objeto, se lo veía contento.

Cuentan la gente de la Estancia, que por las noches siempre se veía en la mansión, luces encendidas en los mismos cuartos, la comidilla general, es que se pensaba, que el dueño se quedaba admirando su colección, nunca pudieron confirmarlo, ninguna vez pudieron entrar en el lujoso caserón.

En cierta ocasión como caso excepcional, sigue relatando el paisano, me invita a la casa,  era una lujosa casa con numerosos cuartos, en la planta baja tres inmensos salones, en donde tenía su enorme colección, había armas de colección desde las primeras de fuego,   asimismo eran las de arma blanca, pero la invitación como un privilegio, fue para mostrarme la última adquisición,  muestra una caja cuadrada más bien pequeña, toda recubierta con una tela de seda de color rojo, y ahí se encontraba la jambia, la daga curva en donde brillaban los diamantes encastrados en su mango, pero más brillaban los ojos del dueño que parecía salirse de sus órbitas.


Pasado un tiempo estaba haciendo la tarea diaria, cuando me avisan que el Sr. Raúl me necesita en la casa,  me acerco a ella y me atiende un anciano que no era otro que el dueño, de su altivez de su soberbia no quedaba nada, una extraña enfermedad lo estaba consumiendo, como en la primera vez que me habló, toma dos sillas me invita a sentarme en una y me comienza a hablar y se despide con un adiós.

Luego de esa visita, pasaron alrededor de dos meses, cuando su alma se elevó al cielo,  como no tenía descendientes directos, toda la fortuna quedó en manos de sus sobrinos, de jóvenes ambiciones  desmedidas, en cuanto pudieron hacerse de ella, lo primero que hicieron fue deshacerse de la invalorable colección que le llevó toda la vida, la malvendieron, así también todos los campos y la estancia a unos señores que por su acento parecían extranjeros, agregó, la tapera que se encuentra cubierta de maleza era en su tiempo una lujosa mansión.

Al mismo tiempo de su narración, se iba adelantando y acercando al fogón, entonces todos vieron quien hablaba, era un paisano entrado en años, usaba un sombrero, pañuelo al cuello, bombachas de campo, y unas botas marrones, en cuanto a sus facciones, una barba blanca tupida, su mirada acerada, ojos rasgados, como achinados por los fuertes vientos que asolaban la zona, la piel de la cara, curtida por exponerla toda la vida al calor del verano y las gélidos fríos del invierno y al viento Pampero.


En un momento hizo un movimiento, como para acomodarse el facón en el cinto, y colgando del cinto, una bolsita negra, el hombre se dio cuenta que todos lo miraban y les confesó, que cuando el dueño lo citó por última vez, quizá sabiendo que su final estaba cerca, le regaló la daga que él llevaba colgada en su cinto.

La extrajo de la bolsa y la mostró, un asombro generalizado, nadie nunca vió una alhaja semejante, alguien alcanzó a decir, y usted no le teme a la maldición que le precede, además tiene un incalculable valor, una gran carcajada sonó y el hombre dijo, la maldición no existe es superstición un mito.


Dicho esto ensilló su caballo, se subió y partió al galope  hacia la señera pampa, se fue, envuelto por la negra noche  nunca nadie lo volvió a ver, lo buscaron pero no hubo caso, pareciera que se lo tragó la tierra.

Cuentan los lugareños sensibilizados a todo lo misterios, al curanderismo, al oscurantismo, que quizás el hombre que vieron era un fantasma, el espíritu corporizado del dueño, que querría que se supiera su historia, del hombre aquel que se hizo llamar

EL COLECCIONISTA


ALEJANDRO CAPLAN...........alejandrocaplan@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario