En una improvisada rueda de amigos, reunidos
alrededor de una mesa de café, que de cuando en cuando se encontraban, era el
momento que hablaban un poco de todo, de actualidad, situaciones que pasaron en
ese tiempo que no se veían, y así cada uno a su vez describía sus experiencias en el tiempo que no se
encontraban, temas, deportivos, económicos, actualidades, la gama era amplia.
En ese momento el que dialogaba Marcelo, del
pequeño grupo era el más gracioso, él era el que siempre traía los chistes, los
cuales algunos de ellos nos hacían destornillar de risa, pero explicaba los
momentos tensos que le tocó pasar, en un viaje en subte en el cual viajaba a
diario, siguió diciendo, estaba esperando el mismo ya hacía tiempo que no
llegaba, la gente se impacientaba, el andén era un gentío impresionante.
Por fin después de un buen rato llega la
formación, ya llegaba bastante completo, continuó, me dije a mi mismo espero otro y
voy más tranquilo, pero el tiempo que tenía era escaso y haciendo fuerza y empujando
llegué justo, y tras de mi cerraron las puertas, fue entonces que el guarda
dice por los altoparlantes, se indica a los señores pasajeros que cuiden sus
efectos personales, “hay extraños en la
formación”.
Íbamos todos tan apretujados, que casi no nos
podíamos mover ni siquiera la mano no vaya a ser que al moverla toque por
casualidad a una femenina, parecía un cuadro de una película, los ojos iban de
un lado al otro, desconfiando de circunstancial compañero, de pronto me vi en
una película cómica, como la de los tres chiflados no podía creer lo que me
estaba pasando, se escucha a alguien con una voz estridente hijo de p… saca la
mano de mi saco, todos fueron hacia el amigo de lo ajeno lo retuvieron hasta la
próxima estación llegando a la estación lo depositaron en ella, el amigo tenía
un ojo cerrado la cara hinchada, no creo que el caballero vaya otra vez a poner
la mano donde no corresponde, la risa fue generalizada.
Animadamente fue transitando la conversación
hasta que uno de los amigos dijo a otro de los que estaban en la mesa, “usted Doctor está muy callado no tiene algo
que decir”, el aludido lo mira y le contesta, yo me trataba de acordar de
algo y de pronto se me vino la historia encima, y les voy a contar una anécdota
que me ocurrió hace tiempo, una de esa que ocurren una en un millón o tal vez
no ocurra nunca en la vida.
Ustedes saben amigos, que desde chico me gustó
el fútbol, ya de purrete quería ser futbolista, pero el hombre propone y Dios
dispone, y el destino me llevó a seguir esta mi carrera, esta es la anécdota,
tenía más o menos entre catorce o quince años y con los amigos seguíamos a un
club de fútbol, no éramos fanáticos, en él había un jugador que era mi ídolo,
me enojaba cuando le decían algo que él no se merecía, fue pasando el tiempo,
el trabajo, mi familia, la rutina.
Estando en el trabajo, el hospital en el que
ejercí la profesión casi toda la vida, aparece un paciente, en él vi al que
creía era mi ídolo de chico, y viene hacia mi, en ese tiempo las fichas de los
pacientes se hacían a mano, no teníamos computadoras, me acerco al escritorio
para anotar, dándole la espalda al paciente, me dice el apellido y el nombre es,
ahí lo interrumpo, y le digo Enrique,
queda asombrado me pregunta como sabe mi nombre, como le digo al anciano que
está frente a mi, que el era mi ídolo, se imaginan la situación, se me puso
como dice la gente “la piel de gallina”,
le tuve que decir que yo lo seguía como futbolista desde chico, al anciano se
le cayó una lágrima.
Luego como si el tiempo no hubiera pasado
erguido me dice, si yo jugué en un equipo de los grandes, otra vez lo
interrumpo, le digo señor Enrique usted era mi ídolo, pero no fue en ese equipo,
si no en su primero un cuadro más modesto, entonces vi por primera vez un ídolo
que llora, nos confundimos en un abrazo, no sabía como reaccionar en ese
instantes lo único que se me ocurrió decirle fue, Don Enrique cuando usted
necesite algo de mi solamente toque la puerta, y quien lo atienda le dice que
quiere atenderse conmigo, si estoy atendiendo en cuanto me desocupe, enseguida
lo atiendo , varias veces concurrió y desde entonces éramos amigos.
En una oportunidad que vino me traía una foto
de cuando era futbolista, autografiada, luego se fue de mi vida, no lo vi más,
pero me quedó su foto firmada y para que no quede dudas desplegó sobre la mesa
un cartón con una foto escrita.
Este cartón con esta foto viaja siempre conmigo,
mudanzas tras mudanzas, siempre la foto primero, después los muebles, la ropa y
todo lo demás, si amigos este fue, es y será siempre mi...... IDOLO.
alejandrobojor@gmail.com.............ALEJANDRO CAPLAN
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