De tramite en tramite, con el tiempo
aguijoneando, en la vorágine y la prisa, tratando que el reloj no marche con la
presteza que se requiere, y es cuando todas las personas que caminan a mi
alrededor, parecen autómatas, máquinas vivientes en la gran ciudad.
Entre el calor y el gentío, necesito un pequeño
descanso, para poder poner un poco de tranquilidad a mi mente, veo un bar, el
que sería mi refugio por el momento, ya dentro de él, una mesa, una silla, un
mozo, un café que lo tomo de sorbo a sorbo, mientras miro por el ventanal la
calle, la misma sigue igual de gente, todos apurados, como si la vida se
terminara en ese instante.
Detrás del ventanal, como salido de una época
pasada, entre toda la gente, observo al hombre del bastón, escaso cabello
canoso, cara surcada por arrugas, su vestimenta pulcra, saco y pantalón al tono,
se distinguía por su andar lento y cansino, su espalda algo encorvada, como si
el tiempo y los almanaques le pesaran, traía consigo un bastón marrón con
empuñadura plateada, y en su mano y entre los dedos una flor.
Una rosa carmín, con sus pétalos aterciopelados,
que misterio poseía ese misterioso anciano del bastón plateado, en que
recuerdos está sumergido, que su mirada se veía perdida, empañada tal vez por una
lágrima fugaz, para quien será esa hermosa flor nunca lo sabremos pero lo
presentimos.
Toda la vida pasa detrás del ventanal, el
mendigo, el ostentoso, el hombre común, por que tanta prisa, el descanso me
hizo bien, trato de relajarme y mi pensamiento va más allá, y reflexiono que es
la vida, nuestra vida, un soplo en la inmensidad del tiempo.
El anciano y yo hemos transitado casi los
mismos caminos, puede ser que en algún recodo del camino nos hemos encontrado
sin conocernos, vimos auroras de fulgurante brillo, y puestas de sol que nos
deslumbraron, y siguiendo una estrella, tomamos distintos destinos, asoman los
recuerdos para luego alejarse de mi mente.
De esos recuerdos uno quedó grabado en mi
memoria, un pueblo, una comunidad que quedó entre dos mundos, el que fue, y el
progreso, pequeño el pueblo, con sus casas antiguas, revoque de ladrillos,
habitantes de ese mundo, algunos por convicción, por eso de la rutina sin prisa,
el de la siesta pueblerina, con pocos automóviles y muchos sulky otros por no
poder perderse entre otra gente, con sus
hermosos paseos con hileras de cipreses, pinos, y hasta un sauce llorón, junto
al lago de aguas cristalinas.
Han perdido el confort que el progreso les fue concediendo,
no les importó, ganó más su tranquilidad, no conocen el estrés, no conocen el
smog, no creo que estuvieran equivocados en sus decisiones, ese fue el camino
que mi estrella me llevó.
El tiempo ha desmejorado, una pequeña, pero
implacable llovizna comienza a caer, la gente detrás del ventanal se va
dispersando, algunos paraguas han surgido, y entre la poca gente, encuentro
frente a mi vista, al hombre del bastón, más erguido, más firme del brazo de
una dama, casi de la edad del hombre, ella traía la flor, la rosa carmín de
pétalos aterciopelados, su mirada era como la mirada de la primer novia, que
jamás se olvida arrobada mirando a su galán.
La vida es como la rosa brillante, sus pétalos
son etapas de la vida, que poco a poco van cayendo, hasta llegar al corazón de
la misma, es como si fuera el alma, que se va encarnando en otra rosa de
pétalos aterciopelados, así es la vida, no todo parece ser, todo lo que parece.
Sin darme cuenta la tarde da lugar al anochecer,
salgo del bar para dirigirme a mi casa aún me persiguen los recuerdos, me
protejo de la lluvia que era en ese momento intensa eludiendo y saltando
charcos de agua, consigo por fin al abrigo de mi hogar, en donde ya más
tranquilo, veo a través de la ventana un concierto de paraguas dando un
colorido muy singular, como una alfombra de varios colores, es cuando me siento
frente a la computadora para comenzar un cuento, como este.
EL HOMBRE DEL BASTON
alejandrobojor@gmail.com.............ALEJANDRO CAPLAN
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